Yo te ruego que le des a tu siervo discernimiento para gobernar a tu pueblo y para distinguir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién podrá gobernar a este gran pueblo tuyo?». 1 Reyes 3:9

El rey Salomón tuvo un sueño en el que se le apareció el Señor, a quien él amaba, y le dijo: “Pídeme lo que quieras” (1Reyes 3:5). Salomón se sinceró con Dios y le dijo: “No soy más que un muchacho, y apenas sé cómo comportarme. Sin embargo, aquí me tienes, un siervo tuyo… yo te ruego que me des discernimiento para gobernar a tu pueblo y para distinguir entre el bien y el mal” (v. 8-9).

Salomón, ya siendo rey, reconocía que para ejecutar su responsabilidad necesitaba madurez y necesitaba saber cómo comportarse. Él reconocía que delante de Dios era solamente un siervo (entre tantas personas) que había sido escogido por Dios mismo para dirigir a Su pueblo. Salomón pidió discernimiento para gobernar y distinguir entre lo bueno y lo malo.

Tal vez puedas pensar que dentro de tu llamado no está el dirigir o liderar muchas personas, pero te pregunto: ¿Tienes tú discernimiento para gobernar tu propia vida y lograr distinguir entre lo bueno y lo malo? ¿Crees que tienes discernimiento para gobernar tu hogar y distinguir entre lo bueno y lo malo de lo que tus hijos puedan ver y escuchar? Al igual que Salomón fue escogido por Dios para reinar, tú y yo, por medio de la sangre de Jesús, también hemos sido escogidos para reinar. “Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre…” (Apocalipsis 1:6).

Al Señor le agradó la petición de Salomón y le dijo que le concedería su petición. No solamente eso, sino que entre riquezas y esplendor que Dios añadiría a su vida, le dice también que le daría un corazón sabio y prudente. ¿Qué le pides tú al Señor? Por mucho tiempo yo le pedí que resolviera mis problemas para yo poder ser feliz y llevar una vida cristiana como pensaba yo que debía vivirla, “en victoria y sin aflicciones”. Pero, ¿sabes qué? Pedía mal y por eso no veía oraciones contestadas. Por eso era una “cristiana derrotada”, amargada de la vida y cansada de todo.

Dios nos ha dotado de capacidades que posiblemente todavía desconocemos que las tenemos. ¿Por qué? Porque -en muchos casos- tal vez no nos hemos atrevido a retarnos a nosotros mismos. No retamos nuestro intelecto ni la inteligencia que Dios nos ha dado. Repetimos lo que escuchamos decir a otros “cristianos”: «¡Yo soy así y no hay quien me cambie!», «¡Yo soy así y al que no le guste… pues!». Te recuerdo que si has recibido a Jesús como tu Señor, entonces eres su siervo.

¿Con qué actitud te presentas delante de Él? Salomón, teniendo “título”, supo reconocer su condición y su necesidad de madurar y aprender lo necesario para gobernar con eficacia. Si eres pastora, evangelista, profeta, misionera, maestra, danzora, cantora, madre, hija, empleada, etc., sigues siendo sierva y es tu responsabilidad “gobernar” lo que Dios te ha dado con discernimiento. Los privilegios del título no te excluyen de tu responsabilidad.

No te ates con los dichos de tu boca. Sé prudente con tus palabras. No te recuestes de lo que Dios puede hacer por ti. Asume tu responsabilidad como Su sierva y obedece a Su voz. Disfruta del amor del Padre y de Sus beneficios. Sé humilde y nunca te olvides de dónde Él te sacó. Agradece lo que hasta hoy te ha permitido vivir, pero que eso no sea un impedimiento para que Él siga perfeccionando Su obra en ti.

“Y esto pido en oración: que vuestro amor abunde aún más y más en conocimiento verdadero y en todo discernimiento, a fin de que escojáis lo mejor, para que seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo…”. Filipenses 1:9-10

Lisandra