En el libro de Juan capítulo 4:28-29, Jesús acababa de hablar con la mujer samaritana.  Ella estaba tan impresionada por todo lo que él le había dicho, que se fue al pueblo a decirle a la gente: «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho, ¿no será éste el Cristo?». Mientras la gente del pueblo iba camino a ver a Jesús, los discípulos habían llegado a donde él estaba y le insistían que comiera.  Jesús les contestó (v. 32): «Yo tengo un alimento que ustedes no conocen.  Los discípulos se hablaban entre ellos y decían: ¿Será que alguien le trajo algo de comer?». Y es que -entre los discípulos y nosotros- no hay mucha diferencia: ellos procuraban razonar todo lo que Jesús decía, pero Jesús, quien necesitaba que ellos entendieran para poder prepararlos a ellos para su asignación, les hizo la aclaración y les enseñó:

Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra” (v.34).

Jesús estableció claramente que lo que le daba vida a él era hacer la voluntad del Padre.  Y nosotros, quienes hemos aceptado el llamado y hemos decidido tomar nuestra cruz, desfallecemos cuando preferimos saciar nuestras necesidades antes que cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Recientemente escuchaba una prédica muy cruda (real) acerca de la cruz y sí, hay quienes han dejado su cruz y han renunciado a ella cuando han sentido su peso.  Pero hay otros que de ninguna manera han renunciado a su cruz; al contrario, aunque pese, se niegan a hacerlo y se aferran a ella con más fuerza, sabiendo que si la sueltan mueren al propósito.  Pero, ¿por qué pesa tanto? ¿Por qué sentimos que de alguna manera nos detiene?  ¿Por qué parece que perdemos velocidad en la carrera?  Porque posiblemente evadimos nuestras responsabilidades para hacer cumplir Su propósito en nuestra vida.  Porque seguimos luchamos entre lo que queremos vs. lo que sabemos que tenemos que hacer. Esto sólo nos deja saber cuán vivos estamos todavía a nuestros deseos y cuánto necesitamos rendir nuestro “yo”, nuestra naturaleza, al altar del sacrificio.

¿Cómo es posible que aquello que nos regaló la libertad nos haga sentir presos? Pablo se refirió a él mismo como «prisionero de Cristo Jesús».  De hecho, se expresó así no porque fuera poeta, sino porque en ese momento estaba preso ya que había cometido un “delito”.  Su delito fue hablar las verdades que ardían en su corazón predicando las buenas nuevas del evangelio.  Aún así, en aquel lugar, él no dejaba de compartir esas verdades que él había conocido y animaba, por medio de una carta, a la iglesia de Éfeso (allí nace el libro de Efesios).

Me cuestiono yo: ¿Qué es la libertad?  Y te lo pregunto a ti: ¿Qué es la libertad? ¿Disfrutas de ella? ¿Estarías dispuesto a compartir esa libertad aún cuando el hacerlo te privara de tu “libertad”? Jesús ha sido el mayor evangelista de todos los tiempos.  Jesús se atrevió a compartir su vida eterna con aquella mujer samaritana.  Jesús no se detuvo pensando en las posibles consecuencias negativas que acarrearía el hablarle a ella.  Él vio una mujer sedienta, no solamente de agua natural, sino sedienta de tener una vida que valiera la pena vivir. Vio en ella lo que el Padre ya había depositado. Por esa vida que fue expuesta a la verdad de Su palabra, Jesús se reveló a una ciudad completa que también creyó en que él era el Salvador del mundo.  Físicamente, Jesús estaba cansado, sediento y hambriento y tenía toda la libertad para comer, pero su mente no estaba en saciar su necesidad, sino más bien en saciar la necesidad del Padre de hacer llegar la salvación a ese lugar.

Luego de que Jesús le aclarara a sus discípulos cuál era su alimento, les dice en Juan 4:35-38: “¿No dicen ustedes: ‘Todavía faltan cuatro meses para la cosecha’? Yo les digo: ¡Abran los ojos y miren los campos sembrados! Ya la cosecha está madura;  ya el segador recibe su salario y recoge el fruto para vida eterna. Ahora tanto el sembrador como el segador se alegran juntos.  Porque como dice el refrán: ‘Uno es el que siembra y otro el que cosecha.  Yo los he enviado a ustedes a cosechar lo que no les costó ningún trabajo. Otros se han fatigado trabajando, y ustedes han cosechado el fruto de ese trabajo”.

¿Cuántas veces hemos pensado que todavía no es el tiempo?  Pensamos que este no es el tiempo de hacer lo que Dios nos ha dicho, de exponer a los cuatro vientos “Soy cristiano”, de conocer a tu vecino y dejarle saber que en tu vida y en tu casa fluye un manantial de aguas que saltan para vida eterna, de hablarle a aquel que sabes que tiene una necesidad inmensa de Dios.  Queremos ver algo que nos deje saber que ya es el tiempo, pero Jesús les dijo a sus discípulos: «¿Creen que faltan cuatro meses? ¡Abran bien sus ojos! ¡¡Porque la cosecha ya está lista!!».  Yo creo que el Espíritu Santo ha estado trabajando en las vidas de aquellos que están a nuestro alrededor y lo único que necesitan es un acercamiento, una palabra, un acto de amor, de respeto, de honra, de misericordia.

¡Sólo tenemos que estar dispuestos a pasar el trabajo de recoger el fruto!  ¿Nos parece demasiado complicado?  El problema es que pretendemos que la iglesia lo haga todo, pero te pregunto, ¿quién es la Iglesia?  ¿Quiénes son los discípulos?  ¿Acaso no somos tu y yo?  Entonces, ¿a quién le toca recoger?  ¿A quién?

Sólo los corazones apasionados por Jesús estarán dispuestos a pasar el trabajo de recoger el fruto de una hermosa cosecha que está esperando»…

Estuve tentada a escribirte lo siguiente: ¡Si tu corazón no se mueve, pídele pasión a Dios para que te muevas!  Pero no me da la gana de sembrar en tu corazón ese mensaje.  Porque si bien es cierto que el Espíritu Santo puede y quiere avivar y encender nuestros corazones de pasión, la verdad es que tenemos que dejar la mala costumbre de necesitar emociones para hacer lo que Dios nos mandó a hacer.  Si tu crees en la verdad de la Palabra, aunque no tengas pasión, ¡muévete!, porque tu acto de obediencia despertará en ti el contenido que todavía no sabes que posees y despertarás en otros el contenido que Dios ha puesto en ellos.

¿Qué tienen que ver las palabras de Jesús con todo lo que estaba pasando? ¡Todo! Muchos samaritanos estaban camino a verlo a él, a averiguar si era cierto lo que decía esa mujer.  Una ciudad estaba a punto de ser cosechada por una decisión que Jesús tomó, una decisión que no estaba bien vista (por asuntos de malos entendidos entre judíos y samaritanos).  A Jesús no le importó lo que pudieran pensar o decir; él actuó según el Padre le permitía.

¿Estás dispuesto a perder tu libertad por hablar, cantar, escribir acerca de la verdad conoces?  ¿Estás consciente del efecto que puede tener tu atrevimiento?

Deseamos estar 24/7 en la presencia de Dios, disfrutando de Su gloria, estudiando la Palabra y eso está bien.  Pero no podemos pretender aferrarnos a una gloria que no nos pertenece, porque si Jesús mismo se despojó de toda gloria (Filipenses 2:6-8) para cumplir el propósito del Padre, ¿quiénes somos nosotros para usar la presencia de Dios como excusa para no hacer lo que Jesús nos mandó a hacer?

Filipenses 2:6-8: «… quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse.  Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!».

Tú decides si seguir estando vivo y estar agonizando continuamente mientras cargas tu cruz o decides renunciar a tu “yo” y moverte con gozo en obediencia a cumplir con la asignación que Jesús nos delegó a todos sus discípulos:  «Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”. Mateo 28:18-20

El tiempo avanza y los hijos de Dios también se apresuran a hacer lo que tienen que hacer.  No esperes por nadie… ¡la Iglesia eres tu!

Lisandra