Hay una pasión que Dios ha puesto en el corazón de aquellos que han sido llamados para ejecutar tareas de alto impacto.  Posiblemente tú eres uno de esos y no te has dado cuenta. De lo único que te has percatado es del desánimo, la incomodidad, la inconformidad, el desespero por hacer algo y no sabes qué es.

Tienes ideas que corren por tu cabeza y pareciera que a ninguna de ellas pudieras darles vida.  Lo que normalmente hacías dentro de tus capacidades, hoy te sientes incapaz de hacerlo.  Lo que habías planificado te funcionó hasta ayer y hoy parece ser el camino equivocado. Si tú eres un hijo o hija de Dios, tú me estás entendiendo.  Mientras luchaba en mi mente y mi corazón, aún en medio de una atmósfera de adoración, el Espíritu Santo hablaba a mi corazón: «No tengas temor. Yo te amé primero.  El sello de esa verdad quedó evidenciado en la cruz.  Sella tu amor por mí con evidencia y haz lo que sabes que tienes que hacer».

Saltó a mi mente la historia de Jehú, rey de Israel. En 2 Reyes capítulo 9, el profeta Eliseo recibió una palabra del Señor para Jehú y éste envía a un joven, miembro de la comunidad de profetas, para ir a ungirlo y declarar la palabra que había recibido para Jehú (2 Reyes 9). Jehú, tan pronto como recibió la palabra y fue ungido, se dispuso a darle cumplimiento a todo lo que el profeta había dicho.  Siendo él capitán del ejército, se sublevó y conspiró contra sus autoridades de gobierno. Un gobierno que se dio a conocer por su idolatría y por rendir culto al dios pagano, Baal.  Lo que para los ojos del gobierno fue un acto de rebeldía, para Jehú fue un acto de obediencia que daba comienzo al cumplimiento de la palabra que recibió de parte del Señor.

Jehú era un guerrero violento, atrevido, audaz, inteligente y honesto; no tenía temor de confrontar, era diestro con su arma de guerra, persistente y actuaba como quien tenía autoridad.  En un momento, Jehú le declaró a Jonadab: «Ven conmigo, para que veas el celo que tengo por el Señor» (2 Reyes 10:16). Celo se define como «cuidado, diligencia e interés con que una persona lleva a cabo sus deberes o lo que tiene a su cargo;  es un interés ardiente y activo por una causa o persona».

El celo que él tenía por el Señor no fue un sentimiento cualquiera.  Fue un sentimiento vehemente, capaz de dominar la voluntad y perturbar la razón. Me atrevo a añadir que no sólo perturbó su razón, sino también la razón de cualquiera que lo veía actuar.  Ese sentimiento que acabo de definir se conoce como PASIÓN.  Y de esta manera, Jehú erradicó de Israel el culto a Baal (v.28). Sin embargo, Jehú no cumplió con todo el corazón la ley del Señor, Dios de Israel, pues no se apartó de los pecados con que Jeroboán hizo pecar a los israelitas (rendir culto a los becerros de oro en Betel y en Dan).

Me parece increíble que Jehú lograra hacer tanto para erradicar la idolatría a Baal, pero no tuvo la capacidad de abandonar la idolatría, rindiendo culto a los becerros de oro.  ¿Será que estaba tan acostumbrado a su idolatría que no pudo darse cuenta que su conducta era tan aborrecible para Dios como el culto a Baal?  ¿Será que al recibir la profecía se emocionó y obedeció, pero realmente nunca conoció al Dios que le habló?  No lo sé.

Si un hombre que no cumplió con todo el corazón la ley del Señor, pudo actuar bien (v.30) y pudo llevar a cabo lo que Dios se había propuesto hacer en el aquel momento, imagínate cuánto podrá hacer un hombre y una mujer que – -llenos del Espíritu Santo- puedan cumplir la ley del Señor con todo su corazón.  Y tal vez te preguntarás: ¿Cómo puedo yo cumplir la ley del Señor con todo mi corazón?  Dice la Palabra en Deuteronomio 6:5: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza».

Amando al Señor tu Dios con todo lo que tú eres y con todo lo que tienes.

Hemos escuchado toda nuestra vida que tenemos que cambiar, que tenemos que ser diferentes, que tenemos que dar «testimonio» para que nadie tenga nada malo que decir de nosotros.  Yo entiendo esa expresión y lo he dicho muchas veces, pero, sin desearlo o de manera inconsciente, hemos pretendido distorsionar el diseño de Dios en nuestra vida o en la vida de otros.  Jesús no le pidió a sus discípulos que cambiaran; Jesús les enseñó cómo debían vivir, actuar y comportarse.  Les enseñó valores y verdades del Reino que muchas veces los discípulos no comprendían y, a puerta cerrada, Jesús les enseñaba y les explicaba.  Pero por encima de todo, Jesús modeló la vida que el Padre anhela que tú y yo vivamos.  Él completó su propósito y selló su amor por el Padre y por nosotros con evidencia en la cruz del Calvario.  Él lo hizo con todo lo que él era y con todo lo que teníaLo entregó todo por obediencia.

El amor del Padre por nosotros fue y ha sido apasionado e implacable, que se define como «severo e inflexible».  El plan de Dios no fue cambiado, ni tan siquiera por la petición de Jesús cuando le dijo: «Si es posible pasa de mí esta copa».  Por otra parte, Jesús mostró una pasión implacable al cumplir con el plan del Padre.

Desearía no hacer esta pregunta porque me confronta a mí misma: ¿Estamos nosotros viviendo con pasión implacable?  ¿Estamos dispuestos a dar todo lo que somos y todo lo que tenemos por hacer cumplir el plan de Dios en esta tierra?  Podrás pensar que todavía no eres la mejor versión de ti mismo, que te falta mucho por mejorar, que no eres tan santo como desearías y esos pensamientos son los mismos que te han mantenido detenido en el mismo lugar.  Mientras la humanidad espera desesperadamente recibir el contenido que tú cargas del cielo, tú estás detenido pensando en todo lo que te falta o buscando ser tan santo que ya no te relacionas con el mundo porque te dañan.  ¿Realmente crees que es eso lo que el Padre espera de ti?  ¡No!

Jesús le predicaba a multitudes y les decía: «Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa. Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo»  (Mateo 5:14).  Hemos pretendido brillar dentro de cuatro paredes y lo que ha estado pasando es que las lámparas que una vez se encendieron fueron cubiertas con un cajón.  El brillo poco a poco se ha desvanecido, ya sea por el temor a la crítica, la decepción, la indiferencia o por estar sujeto a líderes que les falta visión.  No importa las razones, el Padre desea volver a encender esa llama en tu corazón y lo va a hacer despertando en ti sueños, anhelos y deseos que por mucho tiempo han estado dormidos.  Lo hará a través de ideas que vendrán a tu mente y darán vida a tu corazón, ya sea en «pro» de la sociedad, la iglesia, la educación, etc.,  pero no será más dentro de cuatro paredes.  

¿Sabes a lo que yo le he tenido miedo? ¡A brillar demasiado! Por temores, por experiencias que ví a otros experimentar y yo sé que eso es algo que tengo que seguir trabajando;  son razones o excusas que a Dios no les interesa.  Jesús claramente nos encomendó a hacer brillar nuestra luz delante de todos (el mundo también), para que ellos puedan ver las obras de nosotros y ellos alaben al Padre que está en el cielo.  A través de nuestras obras el mundo se maravillará y lo alabarán a Él.

¿Cuáles son tus obras?  ¿El mundo te está mirando?  ¿La iglesia de Jesucristo está viendo a través de ti al Padre? Tu luz es única y es através de ella que tu podrás dar testimonio y cumplir Su propósito.  Tu luz es quién tú eres, tu contenido, tu carácter, tu forma de hablar, de expresarte, de relacionarte con los demás.  Tu luz se enciende a través de tus dones, talentos y habilidades, ya sea en tu profesión o lo que hagas por puro gusto, ¡esa es tu luz!  ¿Que te faltan miles de cosas?  ¿Para qué tenemos el Espíritu Santo? Para perfeccionarnos (hacernos madurar), enseñarnos (cuando tú decides aprender) y ayudarnos.

Para hacer que nuestra luz brille, tenemos que ser como Jehú que no le importó lo que le faltaba. Él sólo obedeció y todo lo que hizo, lo hizo con pasión, con entrega, con todas sus fuerzas porque creyó a la palabra del profeta.  ¡Wow! Hoy, tú y yo tenemos acceso directo a Su presencia.  Hoy el Padre habla y -por medio de Su Espíritu Santo- nosotros tenemos la capacidad de escuchar. ¡Te imaginas cuánto podríamos hacer!  Necesitamos estar apasionados por Él.  Necesitamos movernos y trabajar con lo que Él ha depositado en nosotros, aferrarnos a la verdad de Su palabra y vivir cada día por ella.  ¡No cambies! ¡No seas quien tus líderes te dicen que seas! No seas lo que la religión te ha enseñado.  ¡Sé tú! Pero, atrévete a dejarte transformar renovando tus pensamientos con Su palabra y comienza a vivir una vida plena en Él.

¡Mostrarle al mundo quiénes somos es de valientes!  ¡Ejecutar Su propósito con nuestras habilidades sujetas al Espíritu Santo es de violentos! Serás criticado, rechazado, burlado, pero tu preocupación genuina debe estar en lo que el Padre está esperando de ti y no en lo que otros digan o piensen de ti. Ser real y genuino cuesta, pero será esa luz la que hará que otros vean al Padre a través de ti.

Yo quiero vivir con una pasión implacable ante lo que el Eterno quiere hacer. Que no ceda ante la tentación de rendirme, de «quitarme» al sueño que Él ha puesto en mi corazón. Yo sólo quiero que me importe Él, Su palabra, que me importe cumplir Su propósito y lo que Él ama.

Quiero estar dispuesta a sellar mi amor por Él con evidencia.  Y tú, ¿te atreves?

Lisandra