Hace algunos meses, mientras pensaba en algunas “capacidades” que tenemos nosotros los creyentes, vino a mi mente este pensamiento: “Celebramos los milagros del pasado y la victoria que ha de manifestarse en el futuro. Pero,… ¿por qué no celebrar nuestro presente?”.

Hay una convicción fuerte en nuestro corazón acerca de la fe que recibimos por medio de Jesús. Creemos la Palabra de Génesis a Apocalipsis (o lo que sabemos de ella) y nos “desbaratamos” celebrando lo que fue y lo que vendrá, ignorando nuestro presente, porque pensamos que en el «hoy» y dentro de lo que estamos viviendo «no hay mucho por lo que pueda celebrar». Posiblemente tengas clara la visión del destino que Dios preparó para ti y -aunque eso pudiera ser algo para celebrar y gozarnos hoy- miramos nuestra “realidad” y dudamos de poder alcanzar lo que Él nos ha prometido.

El problema es que a veces pensamos que alcanzaremos las promesas por lo que nosotros podamos hacer, por lo mucho que “avancemos” en el camino o por lo puro que nos parezca que esté nuestro corazón y nos olvidamos que para alcanzar una promesa sólo necesitamos creer y obedecer.  Parece fácil, pero no lo es.  Obediencia es escogerlo a Él y desechar lo que nosotros queremos hacer.

Abraham vivió esto cuando Dios le pidió a su único hijo y él -obedientemente- fue camino a sacrificarlo.  Dios le había dado una promesa y esa promesa dependía de tener descendencia.  Me imagino que Abraham se preguntaba: «¿Cómo se cumplirá tu promesa a través de mi acto de obediencia?».  La lógica sería suficiente para no desear obedecer y las emociones demasiado fuertes como para no poder seguir caminando hacia el lugar del sacrificio.  No creo que haya celebrado camino al monte, pero siguió caminando y nada lo detuvo.  Su deseo de honrar al Padre era más fuerte que lo que él deseaba: tener a su hijo -su sueño y su promesa- con vida. Tal vez pensó lo que nosotros hoy pensamos en momentos duros: «¡Algo Dios hará! ¡Yo no sé qué! Pero algo Él hará». ¿Verdad, que así pensamos y decimos?  Y nuestra única esperanza es creer que algo pasará en medio de nuestra situación y al final de todo lo que podamos estar viviendo.

Ciertamente algo Dios hará, pero yo me rehúso a celebrar sólo cuando vea y viva lo que Él hará.  Mi reto en este tiempo es celebrar sin ver, celebrar aún sin sentirlo, porque eso es fe.  Y no importa cuánto tardare la promesa o la visión que Dios me ha dado, he decidido celebrar mi presente, sabiendo que Su tiempo es siempre perfecto.

Habacuc 2:3-4 dice: “Aunque la visión tardará aún por un tiempo, más se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará. He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá”.  O sea, que tú y yo vivimos según la fe que tengamos.  Yo no quiero vivir una fe muerta, una fe que no tiene la capacidad de ver la mano de Dios obrar, una fe que llora porque ha perdido la esperanza.

Yo quiero vivir una fe obediente, una fe que se atreve a caminar hacia el altar del sacrificio sabiendo que algo Dios hará, que Su promesa se cumplirá y que mi victoria está asegurada. Y, ¿sabes qué? Eso es algo para celebrar.  Yo he determinado celebrar Su fidelidad cada día de mi vida. ¿Y tú, te atreves?

Lisandra