A ti no te complacen sacrificios ni ofrendas, pero me has hecho obediente…». Salmo 40:6 NVI

Hace algunas semanas atrás, mientras pensaba en una situación particular, tuve que detenerme y evaluar nuevamente mi ejecutar como hija de Dios y como líder dentro de una iglesia. ¿Cuántas cosas hacemos «para Dios»? ¿Cuánto tiempo «invertimos» en lo que nos parece importante? ¿Cuánto tiempo sacrificamos de estar con nuestros hijos pasándola «relax» en nuestros hogares, para atender reuniones dentro de la iglesia? No es que yo no esté de acuerdo con lo anteriormente expuesto, pero mientras pensaba en esto, vino a mi mente el siguiente pensamiento: «El sacrificio no me hace obediente, pero mi obediencia siempre ma va a llevar al sacrificio».

Esta semana repartí algunas tareas del hogar a mis hijos. Fui específica en las instrucciones y en cuanto a quién le tocaba cada tarea. Salgo del área un momento y, cuando regreso, uno de ellos estaba haciendo la tarea de su hermano y no la que le tocaba. Pero, ¿cómo es posible? Miro a mi hijo y le digo que eso no fue lo que yo lo había mandado a hacer, a lo que él me respondió: «Es que esto es lo que yo quiero hacer». ¡¿Qué?! Como buena madre puertorriqueña que soy, sujeta al Santo Espíritu de Dios, respiré profundamente y bastaron pocas palabras para que él ejecutara inmediatamente la orden que ya le había dado. Honestamente, no podía creerlo. La tarea era casi la misma para ambos, pero en diferentes lugares de la casa. Sentí que «quedé bruta» e inmediatamente entendí que así mismo hacemos los hijos de Dios cuando, en muchas ocasiones, queremos hacer las cosas como nos da la gana, cuando así no es.

Nos gastamos, nos cansamos, pasamos malos ratos y sudamos viciosamente haciendo lo que Dios no nos ha mandado a hacer. El llamado cuesta, el ministerio cuesta, el ser parte de un equipo de liderazgo dentro y fuera de la iglesia cuesta. Eso lo sé, lo entiendo y estoy dispuesta a pagar el precio. Pero, no me interesa estar pasando trabajo ejecutando tareas que Dios no me ha mandado a hacer. No me interesa cometer el error de desatender mi familia por estar ocupada «haciendo». Mi deseo es tener mis oídos muy atentos a la voz de mi Padre y ejecutar en obediencia lo que Él me ordene.

Ejecutar una orden de Dios cuesta; no siempre es fácil. Abraham estuvo dispuesto a obedecer y sacrificar lo que más amaba. Él determinó -por obediencia- sacrificar la promesa que Dios le había dado. Jesús -por su obediencia- se ofreció él mismo como un sacrificio. Él fue el sacrificio perfecto. La obediencia siempre te va a llevar a sacrificar muchas cosas y ese sacrificio será la evidencia de que tus oídos están atentos a la voz de tu Padre.

No te preocupes por querer estar «haciendo». No te desvivas por ocupar una posición. Recuerda que el sacrificio que tú estés haciendo ahora mismo, no necesariamente esté mostrando tu capacidad de escucharlo a Él o tu obediencia a ejercer tu llamado. Pero, no olvides que tu acto de obedecer la voz de Dios siempre te llevará al sacrificio que te hará crecer hasta alcanzar tu promesa. No confundas el estar ocupado «para Dios» con obediencia y fidelidad. ¿Estarías tú dispuesto a sacrificar títulos ministeriales por obedecer a Dios? Evalúa tu corazón, evalúa tu relación con Él. ¿Qué ocupa tu mente? ¿El hacer o el vivir para cumplir el propósito para lo cual fuiste creado?

«Y Samuel dijo: ¿Se complace el SEÑOR tanto en holocaustos y sacrificios como en la obediencia a la voz del SEÑOR? He aquí, el obedecer es mejor que un sacrificio, y el prestar atención, que la grosura de los carneros». 1 Samuel 15:22

Entendiendo todo esto, yo escojo estar atenta a Su voz y obedecerlo a Él sabiendo que -si Él me llamó- me respaldará y no importa cuánto trabajo pueda pasar, cuán cansada pudiera sentirme, hay una promesa que se cumple sobre los justos: «Pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán». Isaías 40:31

Ya yo escogí. Y tú, ¿qué escoges?

Lisandra