El Señor sostiene a todos los que caen, y levanta a todos los oprimidos». Salmo 145:14

En muchas ocasiones, a las personas que han pasado situaciones difíciles, se les hace difícil el poder levantarse y tener éxito en la vida. Algunas veces, los que están a su alrededor no ayudan a levantarlos de su caída y comienzan a juzgar.

Qué fácil se nos hace juzgar a los demás. No tomamos unos segundos para analizar las cosas antes de hablar, de pensar e interpretar. No sé si te ha pasado, pero en ocasiones hay personas que -sin conocerte- ya tienen en su mente una idea de cómo tú eres como persona. O quizá, al ver a alguien atravesando una situación difícil, suponen que es porque se la merecen. No sé si has escuchado lo siguiente: «Eso fue un castigo de Dios. Se lo merecía». Y de la misma manera, muchas personas piensan que Dios es así; que las cosas malas que pasan en su vida es porque el Padre así lo quiso. Si conocieran el verdadero amor del Padre, no se expresarían de esa manera. Es ahí cuando nosotros, como hijos de Dios, tenemos que hacer una pausa y -antes de hablar o señalar- lo primero que debemos hacer es mostrar misericordia. Ten por seguro que esto te llevará a ver las cosas hermosas, las virtudes y el gran contenido que carga la otra persona.

Antes de hablar, analiza muy bien cuál fueron las circunstancias por la cual tal persona está en esa situación. Sé de los que ven al caído y sé un facilitador para levantarlo cuando esté en el suelo. Muchas veces, las situaciones de la vida te pueden hacer sentir que estás arriba, pero también hay circunstancias en las que te puedes sentir que estás abajo. Hoy se levantan hombres y mujeres que comenzarán a ver con misericordia y que serán los facilitadores que levantarán a su hermano cuando no esté en su mejor momento. Creo y tengo la certeza de que así es el Padre. En Proverbios 24:16 dice: «Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; Mas los impíos caerán en el mal». El versículo 17 me gusta mucho, dice: «Cuando cayere tu enemigo, no te regocijes, y cuando tropezare, no se alegre tu corazón».

Hay que estar alerta para no caer en esta trampa del enemigo. El caer en esto puede ser muy fácil. Tenemos que ser imitadores de Cristo aquí en la tierra. Guardemos siempre nuestros corazones. Vamos a ayudar a nuestro hermano aunque no entendamos el por qué de sus circunstancias. Sólo Dios conoce cada corazón y nosotros como Sus hijos debemos demostrar con actos de misericordia que somos obedientes a Su palabra. Por medio de tu acto de obediencia el Espiritu Santo te hará recordar que en tu día difícil hubo alguien que te «dio la mano» sin pedir nada a cambio. Simplemente lo hizo por amor. Ese es Jesús.

Magda