Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó”. Lucas 15:20

Recientemente mi esposo y yo estuvimos evangelizando por las calles de mi ciudad junto a unos valientes y poderosos hermanos de mi iglesia.  Tuvimos un tiempo poderoso en donde vimos el amor del Padre en todo lugar. Pero lo más que nos impresionó fue que lo que muchos anhelaban en sus vidas era un simple abrazo.

Un abrazo es una muestra de afecto que tú le das a una persona que, usualmente, tú conoces y que es cercana a tu vida. No es común que abracemos a personas que no conocemos. Pero, esta vez, nos dimos a la tarea de darle abrazos a todas las personas que nos encontrábamos. Aunque algunos nos rechazaron, como quiera los bendecíamos. ¡En mi vida había abrazado a tantas personas! Y con ese simple acto pudimos ver milagros, sanidad y libertad. Pudimos ver sonrisas en rostros que lucían cansados, con muestras de no querer vivir más. Con un simple abrazo que tú le des a alguien, puedes llenarlo del amor del Padre.

Una de las experiencias que tuve, fue con un niño. Me encanta trabajar con niños. Mi mamá me decía que «soy dulce» para los niños. Les cuento que él estaba con su papá y su hermana en un lugar no adecuado para ellos. Estaban rodeados de consumidores de drogas y alcohol y ellos parecían estar familiarizados con ese lugar. Me identifiqué rápidamente con ellos. Primero fui donde la niña y le dije: «¡¿Sabes que yo soy maestra?!». Y ella puso una sonrisa inmediatamente en su rostro. Empecé a hablarle, bailamos y la llené de besos y abrazos. Pero, ¿saben qué? Estaba también el hermano, que era mayor que ella. Empecé a buscarle la vuelta, pero entre más me acercaba a él, más se alejaba. En un momento dado, me frustré porque no podía llegar a él. Entonces recordé algo que me habían enseñado: algunas veces no podemos rendirnos y tenemos que persistir si Dios nos dijo que hiciéramos algo. Pues seguí persistiendo. Pero la manera en que tuve que hacerlo con él no fue la misma en que me acerqué a su hermana: tuve que pedirle perdón. Sí, amados; le pedí perdón por todo lo que estaba viviendo y le hice saber que era muy especial para mí y para Dios y que el Padre lo amaba. ¿Pueden creer que le pedí un abrazo luego de eso y se me acercó de inmediato? Le di un fuerte abrazo y le pedí perdón nuevamente. Su rostro cambió por completo.

Me di cuenta que hay muchas personas que hoy necesitan ese perdón y ese abrazo. No lo dejemos para más tarde. Es tiempo de que abracemos a quienes tanto necesitan sentir el amor del Padre. Tómalo como un estilo de vida. Abraza a alguien que conozcas, pero aún más, a alguien que no conozcas. Ten por seguro que serán los abrazos más poderosos que darás. Un abrazo imparte amor, sanidad, liberación, rompimiento y perdón.

Sé ese instrumento del Padre. Abraza con amor, así como lo haría Jesús.

Magda