Yo los he creado para que me adoren y me canten alabanzas». Isaías 43:7
«¿Para qué existo?», «¿qué hago aquí?», «¿cuál es mi propósito?». Preguntas como estas vienen a nuestra mente en algún momento de nuestra vida. Recuerdo haberle hecho estas preguntas a Dios en el 2007 y durante algunos años más.
Pasaba por una temporada muy difícil en mi vida. Mi salud estaba muy quebrantada y cada visita a los doctores traía consigo malas noticias. En mi hogar, la economía se afectaba a pasos agigantados y el temor se apoderaba de mí y mi familia. Por un momento, mi boca no podía abrirse para hablar de sus maravillosas obras ni adorar. Simplemente prefería estar en silencio ante la incertidumbre. Era creyente (y en breve entenderás porque escribo que «era»). Fui creada para adorarlo -pero no lo entendía- y, por esa razón, no podía vivir para eso. Durante ese tiempo, no podía ir a la iglesia como solía hacer, ni danzar. No podía servir en la iglesia ya que la mayor parte del tiempo estaba en hospitales. No podía atender a mi familia y no podía trabajar. Oraba, pero mis oraciones se dirigían a pedir con insistencia mi sanidad o a que Dios me llevara con Él y así acabar con el dolor y la tristeza que me controlaban.
Hasta que entendí Isaías 43:7: «Yo los he creado para que me adoren y me canten alabanzas». En otras versiones dice: «para que me den gloria». Esta palabra comenzó a hacerse viva en mí al instante que decidí adorarlo sin importar nada más. Al principio, no fue fácil porque todos los días tenía que morir a mi yo, vaciarme de lo que por tanto tiempo me había controlado. Comencé a leer más Su Palabra, a disfrutar de tiempos a solas para meditar y decirle cuánto anhelaba escuchar Su Voz. Pude entender que estar sana no debía ser mi único fin. Lo que debía desear era estar en Su Presencia y lo único que abría esa puerta era mi adoración.
Dios no nos creó para que tuviéramos todo perfecto y -entonces- darle gloria. Nos creó para que continuamente le demos gloria. La adoración no es un momento; es un estilo de vida. Yo no había entendido esta verdad y principio de vida y, por tal razón, aún siendo cristiana, sentía que mi vida no tenía sentido. En la Palabra dice: «Busca el Reino de Dios y Su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura» (Mateo 6:33). El problema es que sólo nos enfocamos en lo último; en las añadiduras. Dejé de ser sólo «creyente en Cristo», para ahora convertirme en hija y heredera. Como dijo Job: «De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven».
¡Vive para adorarlo! y contagia a otros de esa misma pasión. De eso se trata el Reino de los Cielos: de adoración. Si has perdido la pasión, si por alguna razón las circunstancias te han hecho preguntarte cuál es tu propósito y la tristeza, frustración y decepción te controlan, vuelve a los pies de Cristo. Ve en humillación y reconoce que Él te creó para Su gloria, ¡para adorarlo! Abre tu boca, bendícelo mientras vivas, deléitate en Él y Él llenará todas tus necesidades.
«Tu amor es mejor que la vida; por eso mis labios te alabarán. Te bendeciré mientras viva, y alzando mis manos te invocaré». Salmos 63:3-4
Edna Liz