El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano». Salmo 92:12

Recientemente escuchaba a una joven mujer, la cual había estado esperando por ser mamá hacía más de nueve años. Dios le regaló su milagro y puso en su vientre vida, utilizando la sabiduría de los médicos. Mientras escuchaba su historia, ella también me mostraba fotos de cómo, a lo largo de su proceso, Dios se hacía presente y le mostraba por medio de la naturaleza lo que Él quería hablarle.

Mostraba Su fidelidad a través de flores de distintos tipos a su alrededor. El tiempo de esterilidad había terminado y cada día su esposo recogía un ramo de flores hermosas que crecían en su jardín para sellar todo lo que Dios estaba haciendo; el tiempo de florecer había llegado, respondiendo al anhelo de sus corazones. Su historia impactó e inspiró mi vida y mi fe. Hay tiempos de poca -o ninguna- actividad en cosas que hemos pedido al Padre por mucho tiempo. ¿Qué muchas preguntas nos hacemos? ¿Cuán vulnerable se vuelve nuestra fe y, a veces, cuánto nos alejamos de nuestra identidad de hijos? No te culpo; creo que a todos nos pasa en medio de algunos desiertos.

Mas, ¿sabes qué he entendido? Que somos hijos, no importa si florece nuestro milagro o no. Nuestro Padre es un Dios bueno que -aún en medio del desierto- camina de nuestro lado, porque Papá siempre estará allí. Él vio el futuro y vio tu camino lleno de flores. Él las creó para ti y para el día de tu recompensa. Cada vez que veas las flores a tu alrededor, no importa lo que estés esperando de Él, declara que el tiempo de tu primavera está por despuntar.

Declara que el tiempo de que ese milagro florezca está a la puerta. Recoge las flores a tu paso y llévalas a tu casa y tenlas como señal de tu milagro. Florecerás y verás tu milagro marcado de belleza porque tu Padre no se olvida de lo que un día prometió.

Vilmarie