Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá». Miqueas 7:7

Si preguntara cuántos amamos estar en una sala de espera, probablemente ninguno diría: «Yo». Mas si preguntara quiénes se encuentran en la sala de espera de la vida, creo que muchos diríamos: «Yoooo». Creo que todos hemos visitado no tan sólo salas de espera físicas, sino también, salas de espera emocionales y espirituales.

Hay situaciones en las que cruza por nuestra mente el pensamiento de: «¿Cuánto tiempo más estaré sentada esperando mi turno, que me llamen o que llegue la hora de salir de este lugar?». El desespero y la frustración nos invade, la paciencia se agota y no vemos la hora de cambiar el panorama que nos rodea. Ahora bien; qué mucho podemos aprender en la sala de espera. Si te pones a mirar a los demás, te darás cuenta que hay muchos pasando por situaciones similares o peores. Si escuchas las voces a tu alrededor, tienes que tener cuidado a quién escuchas. Algunos serán faro de luz para darte esperanza, mientras que otros te secarán lo poco que queda en tu reserva de fe.

Allí es que le damos uso a las herramientas que tenemos en nuestras manos; leemos lo mejor que tenemos en nuestras casas, pensamos en las oportunidades que tenemos para cambiar y en tener segundas oportunidades. Planificamos para construir mejor nuestra fe, porque allí nuestra dependencia es absoluta en el Espíritu Santo -si lo invitamos a que se siente a nuestro lado para llenarnos de sabiduría y conocimiento-.

Mientras llega tu turno para entrar a la próxima puerta que está por abrirse, usa la sala de espera a tu favor. Cuando llegue el momento de salir de tu sala de espera, sal con tu fe gigante, lista para enfrentar el próximo reto y cubierta bajo las alas del Padre.

Tu turno está por ser llamado por el Dios del Universo para que sigas caminando en victoria.

Vilmarie