¿Alguna vez has pensado que has perdido algo valioso que de momento y, sin esperarlo, aparece? O, ¿tal vez te desesperaste, pero decidiste buscar incansablemente «lo perdido» hasta que lo encontraste?  Hay momentos en nuestra vida en los que sentimos que hemos perdido algo y no me refiero a lo material.  Me refiero a lo que sentimos en nuestro corazón, ya sea el gozo, el ánimo, la paz, la paciencia, la ilusión o los deseos de lucha en relación a una bendición recibida.

La realidad es que hay bendiciones que llegan a nuestra vida que nos la cambia por completo y muchas de ellas trastocan nuestro tiempo, nuestro ánimo y, en situaciones inesperadas, pueden trastocar nuestra «paz mental» ya que nos exponemos a nuevos retos y nuevas responsabilidades.  Te hablo de un nuevo trabajo, un nuevo hijo, una relación, una nueva oportunidad delegada, un nuevo negocio, etc.

Hace seis meses exactamente Dios abrió las puertas para un trabajo que ha sido y es una bendición para mi vida y mi casa.  No sólo por el aporte económico que me provee, sino por la oportunidad que me regala mi profesión como Consejera, de poder bendecir vidas y familias.  Soy hija de Dios y mi asignación de ser luz en todo lugar que vaya es una prioridad y, para la compañía en la que proveo servicios, también lo es.  La experiencia ha sido enriquecedora, pero por todo lo que mencioné anteriormente, dejé de hacer una de las cosas que amo y es el poder compartir con ustedes las maravillas de Dios.

Desde que tengo trabajo, el tan sólo pensar en querer hacerlo todo me ha parecido complicado.  Al autoevaluarme, sentí que fracasé en algunas áreas. Me he sentido frustrada, incompetente, ansiosa e incompleta.  Sabía que había perdido algo, pero en mi desesperación, decidí buscar incansablemente la presencia de Dios en mi intimidad como hacía mucho tiempo no hacía.  Allí, mientras el Espíritu Santo trabajaba en mi corazón y me dejaba ver esas áreas con las cuales no supe lidiar,  lloré, me sentí miserable por un momento, pero luego tuve que detenerme y dar gracias a Dios porque me había dejado ver lo que he estado haciendo incorrectamente.  Tenía dos opciones: seguir sintiéndome miserable y seguir arrastrando mi desgracia o arrepentirme por no haber invertido bien mi tiempo ni mi dinero en aquello que me parece importante y que es eterno.   De más me parece dejarles saber que mi opción fue arrepentirme.

Aún así, he estado luchando con pensamientos que intentan mantenerme detenida.  Pero, ¿sabes qué? ¡¡Me cansé!!  Me cansé de sentirme estancada, me cansé de escuchar la verdad una y otra vez y no hacer nada al respecto, me cansé de ver mis sueños paralizados.  De ninguna manera quiero actuar como aquel siervo que -por el temor- escondió el único «talento» que Dios le había dado (Mateo 25:14-30).  Cuando nos arrepentimos, reconocemos lo que ha estado incorrecto, pero no nos quedamos llorando en ese mismo lugar sin hacer nada; eso sería remordimiento.  Arrepentimiento es reconocer lo incorrecto y procurar salir de donde estamos con una mentalidad renovada y decididos a hacer algo que nos devuelva lo que en un momento pensamos que habíamos perdido.

Dios me confió un trabajo porque Él entiende que yo puedo lidiar con eso sin dejar de hacer lo que ya Él me había delegado.  Si decidiera renunciar a mi trabajo para dedicarme de lleno a buscar Su presencia, estaría renunciando a una bendición que a Él le plació darme y que me permite ayudar a otras personas.  Así mismo, Dios te confió un hijo, una pareja, una empresa, una idea.  Recibir esa bendición no debe ser el motivo o la razón para renunciar a las otras bendiciones que Dios nos ha dado; sólo debemos asumir nuestra responsabilidad, salir de nuestra zona de comodidad y esforzarnos por hacerlo todo de manera excelente. Dice la Palabra en Colosenses 3:23-24: «Y todo lo que hagan, háganlo de buen ánimo como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la recompensa de la herencia«.  Si de Él provienen todas las bendiciones y a veces pensamos que se nos hace difícil lidiar con ellas, es porque seguramente necesitamos crecer y madurar, no renunciar y huir.  

Por un momento pensé que lo había perdido todo (los que son dramáticos me entienden), pero la realidad es que los hijos de Dios tenemos la oportunidad de retomar todo lo que en algún momento pensamos que estaba perdido. En Juan 10:10 Jesús establece que «el ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia».  El ladrón toma posesión de lo que no le pertenece y va a intentar matar y destruir los sueños que Dios ha puesto en tu corazón.  La buena noticia es que -si tenemos a Jesús- lo tenemos todo y Él nos devuelve la vida, el gozo y el ánimo para que la vivamos en abundancia. Todo esto es posible por medio de la fe.

Así es que vayámonos despidiendo de nuestro emocionalismo y entendamos que, aún en medio de nuestras circunstancias, nuestra fe es la victoria que vence al mundo (1 Juan 5:4).  Yo estoy determinada a retomar lo que me pertenece y a seguir soñando los sueños de Dios para mi vida.  Aunque sea difícil y aunque no lo sepa todo, procuraré  moverme poco a poco, un paso a la vez, pero de manera constante.

¡No renuncies a lo que todavía no has perdido! Atrévete a levantarte una vez más sabiendo que -por medio de la obediencia- comenzarás a abrir camino a la vida abundante que Él tiene para ti.

¡Bendiciones!

Lisandra