Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano». Lucas 17:15-16

El libro de Lucas (capítulo 17:11-19), relata la siguiente historia: «Jesús, siguiendo su viaje a Jerusalén, pasaba por Samaria y Galilea. Cuando estaba por entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres enfermos de lepra. Ellos, a cierta distancia, le gritaron: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! Jesús al verlos, les dijo que fueran a presentarse a los sacerdotes. Resultó que mientras iban de camino, quedaron limpios«.

Qué interesante que Jesús no declaró ninguna palabra de sanidad sobre ellos. Jesús les dio una instrucción que ellos -obedientemente- ejecutaron. (En aquella época, si un enfermo de lepra entendía que se había curado, éste debía presentarse a los sacerdotes y ellos le darían ciertas instrucciones de purificación y daban la aprobación de que, ciertamente, ya estaba sano). Así es que pienso que al Jesús enviarlos a los sacerdotes, ellos tuvieron fe de que recibirían sanidad y se fueron creyendo que así sería. Y dice la Palabra que -en el camino- recibieron la sanidad que tanto deseaban. Tal vez tú has recibido una instrucción de parte de Dios y has puesto excusas para ejecutarla porque estás enferma, no tienes tiempo, no tienes el carácter adecuado y lo que no logramos entender es que en nuestra obediencia está la sanidad, el tiempo y todo lo que necesitamos para cumplir lo que Él ha demandado de nosotros.

De diez que recibieron sanidad, sólo uno parecía estar tan agradecido que no le importó el trabajo que le podía costar el volver y encontrar a Jesús: «Él regresó alabando a Dios a grandes voces y cuando encontró a Jesús se postró rostro en tierra a sus pies y le dio gracias». De diez, sólo uno quiso expresar su gratitud al Maestro. Mientras leía esta historia, pensaba en que hay muchos creyentes que a la hora de la necesidad no les importa cuánto tengan que gritar, llorar, orar y clamar por su milagro en un altar. Pero a la hora de recibir su milagro y de saber que todo les va bien, ya ni se levantan de sus sillas para adorar a Dios. Lo buscan sólo por la necesidad de un milagro. Es tiempo de que se levanten los verdaderos adoradores, aquellos que adoren al Padre en espíritu y en verdad, porque el Padre tales adoradores busca.

Es tiempo de expresarle nuestro agradecimiento con pasión. No pierdas la oportunidad de adorarlo. No te acomodes a lo que sientas. Ordénale a tu alma buscarlo independientemente de tus circunstancias y procura vivir cada día con un corazón agradecido.

Lisandra