Por la mañana, Señor, escuchas mi clamor; por la mañana te presento mis ruegos, y quedo a la espera de tu respuesta». Salmos 5:3 NVI

Varios días después de que celebramos tradicionalmente «Los tres Reyes Magos», mi hija nos hizo el acercamiento de que anhelaba otro regalo. Nosotros estábamos sorprendidos porque después de recibir varias sorpresas, todavía se sentía inconforme. De más esta decirles que su pedido era algo costoso y, aunque teníamos los recursos para movernos a complacer su anhelo, decidimos no dárselo. No por hacerla sufrir, sino porque entendimos que no era el momento.

Conversamos, escuchamos sus razones (muy válidas), ya que el motivo era para varios proyectos y sueños académicos. Nuestra decisión fue que tanto ella como nosotros esperaríamos, porque en el tiempo de espera sabríamos cuál sería el momento indicado. Le dijimos que sí lo recibiría y que pronto le diríamos cuándo, pero que mientras esperaba, soñara con lo que haría con el regalo. Como padres, estamos llamados a construir en nuestros hijos y este era el momento perfecto para sembrar la semilla de la paciencia.

Te traigo la anécdota de nuestra hija porque Dios me habló muy claro a través de ella. ¡Qué difícil es la espera! ¡Qué emociones tan horribles o tan maravillosas se pueden producir en una espera! Alguien dijo: «La espera desespera», y con mucha razón, pero, ¿a dónde te dirige el desespero? ¿A los pies de Cristo o a tratar de «ayudar a Dios» tomando decisiones sin dirección? En la espera florece la semilla del fruto conocida como paciencia. Todos pedimos paciencia, pero lo único que puede producirla es la espera.

Te encuentras en medio de la crisis y lo único que esperas es que se resuelva pronto. Te prometieron que te darían un puesto, una posición y todavía no llega el momento. Hiciste algo para obtener recompensa, pero todavía no te la entregan. Oras y clamas pidiendo al Padre que vuelva el corazón de tus hijos, tu esposo, tus padres a Él y todavía no ves nada. ¿Y qué cuando la tormenta azota tu hogar directamente con un hijo enfermo o un matrimonio destruido o una enfermedad a tu cuerpo? Qué dolor tan profundo sientes en tu corazón y miras hacia la paciencia y piensas en imposibilidad. Ves las olas levantarse tan altas y bravas que se te hace imposible mirar hacia lo prometido.

Hoy te digo: ¡Espera!, pero espera pacientemente. Y tú me preguntarás, «¿pacientemente?». La paciencia va de la mano de la fe. Si te pregunto:»¿Tienes fe?», rápidamente me contestarías que sí para luego añadir, «pero…». El lenguaje que Dios conoce y al cual responde es el de la fe. Lee cómo lo dice David: «Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor» (Salmo 40:1). David esperó pacientemente y provocó que Dios se inclinara a escuchar su petición.

En Romanos 8:25, Pablo añade:»Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia». Constancia es ser firme y perseverante. Firme y perseverante en lo que se te ha prometido; obediente en esperar Su voluntad. Leemos en Hebreos 10:36: «Porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa». Alcanzaremos la promesa. Se nos entregará porque la espera produjo paciencia que está de la mano de la fe, el idioma de Dios.

No desmayes. Sigue firme creyendo que la promesa se cumplirá. No importa cuán fuerte sople el viento en tu contra. No importa cuán imposible se vea la situación en tu hogar, con tu esposo o tus hijos. No importa cuánto tiempo tengas que esperar por la posición que se te prometió o tu milagro. No es que Dios no lo pueda hacer ahora, pero sí hay algo más importante para Él que complacerte y es el formarte. En la espera Dios está trabajando contigo, reconstruyendo tu corazón, tu carácter.

Así es que: «Deléitate en Jehová y el concederá las peticiones de tu corazón». Salmo 37:4

Edna Liz