Echa sobre el Señor tu carga, y Él te sustentará; Él nunca permitirá que el justo sea sacudido». Salmo 55:22

Hace unos días cargaba unas cosas muy pesadas y tenía que subir una escalera. Podía caminar con lo que llevaba, pero con algo de dificultad. Mientras caminaba, sabía que en unos pasos más tendría que subir la escalera y, desde ya, mi cuerpo me hablaba: «Estás loca; imposible que puedas subir con esto». De repente, una persona se acerca y me dice: «Dame tu carga, llega al lugar que yo me encargo de llevarla». Esas palabras fueron maravillosas. Casi entono un «¡Aaaaaaleluuuuyaaa!». De más está decirte que esa acción de esa persona fue de gran alivio. Subí las escaleras rápidamente y livianamente.

Así mismo hace el Padre Celestial con sus hijos. Nos dice que le entreguemos nuestras cargas, pero nos empeñamos en cargarlas sobre nuestras espaldas. No significa que no seamos responsables con nuestros compromisos, pero Dios mismo dice que echemos toda nuestra ansiedad sobre Él porque Él tiene cuidado nuestro (1 Pedro 5:7). Pero nooooo; seguimos cargando la culpa, la decepción, los fracasos que ya pasaron. Somos responsables de nuestras acciones, pero Dios nos da nuevas oportunidades para volver a empezar con Su dirección y sabiduría.

Nos empeñamos en hacer las cosas a nuestra manera y terminamos sin aliento, como muertos, porque continuamos cargando un gran peso. Por supuesto que es pesado, porque no estamos diseñados para cargar con ello. La ansiedad nos lleva a tomar decisiones apresuradas y -en su mayoría- incorrectas, añadiendo otra carga a la acumulación de paquetes que están sobre nuestros hombros.

Hoy te afirmo que hay esperanza. Hay promesas disponibles para ti y para mí si decidimos entregarle nuestras cargas. ¿Qué esperas? Confía sin reservas, Él te sustentará y te moverás al lugar de tu próposito livianamente y sin retraso.

Edna Liz