No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia. Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice; no temas, Yo te ayudo.» Isaías 41:10,13

En un momento de reflexionar con nuestra hija acerca de una de sus preocupaciones, mi esposo y yo, comenzamos a hacer memoria de nuestra niñez, cuando salíamos a jugar a la calle sin adultos, sin miedo. Cuando a oscuras jugábamos a las escondidas, sin miedo.

Cuando llovía y salíamos a jugar bajo la lluvia con los pies descalzos, sin miedo a enfermarnos. Cuando alguien ya no quería ser tu amigo y al otro día le pedíamos salir a jugar, sin miedo a ser rechazados. Cuando nos caíamos corriendo bicicleta y volvíamos a montarnos en ella, sin miedo a volvernos a caer. Cuántos recuerdos acerca de lo que -sin miedo- vivimos. Pero, nos convertimos en adultos y, con esta etapa, el miedo a la ofensa, al rechazo o a lo que podría pasar nos controla como marionetas. Posponiendo, deteniendo o enterrando nuestros más grandes sueños y, aún, los más pequeños.

¿Qué pasaría si volviéramos a ser como niños? ¿En dónde escondemos esta porción de SU PALABRA? «Tenemos que ser como niños para heredar el Reino de los Cielos» (Mt. 18:3). Me asusta pensar que yo he sido uno de estos adultos a los que el miedo a ser como niño y a vivir mis sueños sin límites, me ha llevado a reaccionar más hacia lo que podría pasar (enfocada en el miedo) anulando así el Poder de Aquél a quien un día decidí entregarle mi vida. Aquél que no sólo dejó todo y murió en una cruz por amor a mí, sino que también fue quien con la mayor VICTORIA, CONQUISTÓ la muerte, resucitando al tercer día para entregarme PODER y AUTORIDAD.

Hoy vuelve a hablarle a tu alma y recuérdale que -en tu propósito- no hay cabida para el miedo.

Edna Liz