Ante la gloria que se palpa y que se siente, le he preguntado a Dios en algunas ocasiones, ¿¿¿qué quieres de mí??? Sé que fui creada para dar gloria y honra al Rey y Soberano Dios. Entiendo y conozco mi función como adoradora: procurar tener un corazón lleno de gratitud para que la alabanza que salga de mi boca pueda subir como olor fragante delante de Dios.  

Anhelar que Su Presencia nos envuelva y sentir que brillamos a causa de esa atmósfera de Gloria que hace que nos levantemos con la seguridad de que Su Presencia está a nuestro alrededor, que nos guarda y cubre.  Después de eso,… ¿¿qué??  ¿¿¿Será eso todo lo que me toca hacer??? A fin de cuentas, es lo que estaré haciendo por la eternidad, ¿¿¿no??? !!!Claro que sí!!! Pero también es cierto que no somos únicamente seres espirituales; tenemos alma y un cuerpo. Y como sabemos, de la misma manera que los apasionados por Su Presencia alimentan su espíritu, tenemos que alimentar y cuidar también nuestra alma y cuerpo. En lo natural, tenemos la capacidad de observar a una persona y pensar (por lo que vemos [ropa, zapatos, gestos, postura, etc.]) que podemos -en cierta manera-  «describir» a esa persona según esa primera impresión, aunque nunca lograremos acertar al 100% de exactitud. ¿¿¿Por qué???

Porque lo que otros puedan ver, no define lo que realmente somos».

Igualmente, lo que sucede en un tiempo de adoración en tu iglesia y la manera en que tú ejecutas ese momento o lo que la gente pueda ver que tú haces, no define quién tú eres en el Reino de los Cielos y, mucho menos, la intimidad que tengas con el Rey de ese Reino.

Por mucho tiempo algunos hemos confundido lo sublime de la Presencia de Dios con lo que creemos que es Su propósito para nuestra vida. Me explico: voy a Su Presencia y salgo sant@ y pur@ y «ya estoy bien», porque pensamos que para eso nos ha llamado el Señor; cosa que es una verdad, pero a medias. Porque, si a algo nos ha llamado el Señor, ha sido para establecer Su Reino para que se haga Su voluntad en la tierra como en el cielo.

Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». Mateo 6:10 NVI

Cuando hablamos de reino, tenemos que entender lo básico. Si hay reino, tiene que haber un rey.  A Él le toca ejecutar autoridad.  ¿¿¿Qué envuelve la autoridad???  Las leyes u órdenes que decretó ese rey y con las que, en base a eso, se crea la cultura de ese reino. Yahweh, Dios Soberano, es el Rey del Reino de los Cielos.  Él decretó una ley, dada a Moisés y conocida como las «Tablas de la Ley» o «Los 10 Mandamientos».  Jesús vino a la tierra, no sólo a hacer su única y exclusiva asignación divina, sino que vino también a cumplir esa ley. «No piensen que he venido a anular la ley o los profetas;  no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento» Mateo 5:17 NVI.  Jesús, el Hijo de Dios, vino a cumplir la ley.  A través del cumplimiento de esa ley, Jesús fue considerado justo delante de Dios y eso lo hizo capaz de poder ejecutar efectivamente su única y exclusiva asignación divina. Su vida, muerte y resurrección encierran misterios que ciertamente podríamos disfrutar, si los conociéramos.

Muchos celebran la resurrección de Jesús, que es la vida eterna.  Muchos son «salvos», pero eso no fue lo único que hizo Jesús. Para resucitar, primero tuvo que morir y su muerte fue lo que rasgó el velo que creaba división entre Dios y Su creación.  Ahora todo el que aceptara y reconociera a Jesús como único y verdadero Salvador, sería hijo y heredero de las promesas que Jesús enseñó. La vida de Jesús nos enseña cómo debemos vivir la nuestra y eso se refleja en nuestro carácter y nuestras acciones fuera del altar, fuera de la iglesia.

Hemos aprendido cómo llegar a la Presencia de Dios a través del «plano» que alguna vez existió, mostrado en el Antiguo Testamento, el Tabernáculo. Estoy segura que muchos tienen el conocimiento de cómo llegar al Lugar Santísimo.  Nos presentamos delante de Dios con gratitud, pedimos perdón por nuestros pecados, lo alabamos y lo adoramos. Hemos experimentado la Presencia de Dios y hemos llegado hasta el Lugar Santísimo. En la actualidad pareciera que hacemos literalmente lo mismo que hacían los sacerdotes en el Tabernáculo en aquella época. Después de estar en la «Gloria», así mismo salimos de ese Lugar Santísimo, del Lugar Santo, de los atrios y -lo que debiera ser un constante estilo de vida- se ha convertido en visitas esporádicas o experiencias que alimentan nuestro espíritu y en cierta manera nos hacen sentir que hemos cumplido con la «cuota» de santidad. Y, lamentablemente, nuestra «santa espiritualidad» queda solamente en nuestra conciencia, sin afectar nuestra ejecución y nuestro accionar como hijos de Dios.

Amamos la Presencia que es la experiencia, pero no la ley que implica obediencia».

En el libro de Deuteronomio, Moisés le habla a todo Israel y se toma el tiempo para darles un repaso de lo que han vivido desde que salieron de Egipto: los portentos y milagros de Dios, consecuencias de los actos de obediencia y desobediencia de parte del pueblo y la importancia de Su ley.  Él le exhorta a esta nueva generación que está a punto de conquistar la tierra: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Átalas a tus manos como un signo; llévalas en tu frente como una marca; escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades» Deuteronomio 6:5-9 NVI.  Moisés sabía y entendía la importancia de la ley. En el capítulo 11 de ese mismo libro, Moisés les habla acerca del amor y obediencia al Señor. En el verso 26, él les dice de parte de Dios: «Hoy les doy a elegir entre la bendición y la maldición, bendición si obedecen mis mandamientos que yo, el Señor su Dios, hoy les mando obedecer; maldición si desobedecen los mandamientos del Señor su Dios y se apartan del camino que hoy les mando seguir, y se van tras dioses extraños que jamás han conocido».

El pueblo de Israel vivió experimentando continuamente la Presencia de Dios; de día la columna de nube para guiarles en el camino, de noche una columna de fuego.  Por 40 años Dios los alimentó y sus ropas -literalmente- crecían con ellos. Ellos vivieron bajo la manifestación constante de Su Presencia, pero de esa generación, sólo dos hombres lograron llegar a la tierra prometida: Josué y Caleb.  ¿¿¿Cómo es posible??? ¿¿¿Qué pasó con el resto de esa generación??? No creyeron a la palabra de Dios. Tuvieron temor de conquistar la tierra que Dios les había prometido porque creyeron más en el informe negativo de los  otros 10 espías (cobardes e incrédulos), que en la palabra que Dios había hablado. Toda esa generación murió y, por su temor e incredulidad, nunca vieron la promesa. Vivieron bajo la manifestación del poder de Dios, pero eso no fue suficiente para que el corazón de ese pueblo se entregara completamente a Dios y su mente fuera transformada. «Veían» a Dios, pero no lo conocían; nunca tuvieron un encuentro genuino con Él. Su corazón estaba lejos de Dios.  Dejaron de obedecer Su ley.

El profeta Oseas escribe de parte de Dios al pueblo de Israel, capítulo 4:1 y 6: «Ya no hay entre mi pueblo fidelidad ni amor, ni conocimiento de Dios». Verso 6: «Puesto que rechazaste el conocimiento, yo también te rechazo como mi sacerdote. Ya que te olvidaste de la ley de tu Dios, yo también me olvidaré de tus hijos». ¡¡¡Cuán importante es para Dios el que lo conozcamos a Él y recordemos Su ley!!! Muchos son los que expresan amar a Dios, pero no cumplen Su ley. Jesús les dice a sus discípulos en el libro de Juan 14:21: «¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece. Y al que me ama, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él». Verso 24: «El que no me ama, no obedece mis palabras». Es imposible amarle sin obediencia y obedecerle sin amor.

Los altares o tu lugar secreto están llenos de momentos maravillosos en la Presencia de Dios.  Nuestra mente está llena de información referente a la Biblia; conocimiento que se ha acumulado año tras año y todavía es la hora que seguimos patinando en la misma debilidad, seguimos dudando de nuestra fe, seguimos sentados esperando que Dios nos resuelva la vida y el mundo sigue esperando ver la manifestación de los hijos de Dios.

No habrá manifestación sin transformación y no habrá transformación sin renovación de nuestro entendimiento». Romanos 12:2.

Renovamos nuestra mente con Su Palabra, leyéndola y meditando en ella. Es tiempo de disponer, no solamente nuestro espíritu, sino también nuestra mente al servicio de Dios. Es fácil adorar en una atmósfera de «Gloria», pero, ¿¿¿y qué??? ¿¿¿Y en nuestro diario vivir??? Hemos convertido la Presencia de Dios en nuestro mejor escape ante la vida que vivimos, cuando lo correcto debería ser vivir impregnados de esa atmósfera de «Gloria» y operar, vivir, trabajar, cuidar niños, limpiar, comprar, etc. bajo esa Presencia. ¡¡¡Y eso lo determinas tú!!! Para eso tienes que usar tu mente y proponer -cada día- vivir obedeciendo Su  ley. Es tiempo de dejar el emocionalismo espiritual y tomar nuestra cruz para seguirle a Él. ¡¡¡Cuesta!!! Pero el tiempo avanza y sólo los violentos, los determinados, los que se atrevan, los que se harten de la vida mediocre de la «cristiandad», serán los que arrebatarán las bendiciones de ese Reino al cual tú crees que le sirves y perteneces.

¡¡¡Es tiempo de estar conscientes!!! ¡¡¡Es tiempo de adquirir sabiduría!!! ¡¡¡Es tiempo de que tomes tu lugar!!! El Rey del Reino de los cielos está esperando desatar Su sabiduría sobre ti, pero tienes que pedírsela (Santiago 1:5). ¡¡¡No hay excusa!!! Todo lo que necesitamos está disponible, para que podamos de esta manera ejecutar con excelencia nuestra «asignación divina».

¡¡¡Atrévete a ser de esos Hijos que manifiestan el poder de Dios!!! ¡¡¡Deja el miedo!!! ¡¡¡Que no te importe el qué dirán!!! ¡¡¡Ponte pa’ tu número!!! ¡¡¡Haz la diferencia!!! ¡¡¡Desea que Dios comience contigo!!! ¡¡¡Aprovecha tu tiempo!!! ¡¡¡Si tú lo crees y determinas vivir para cumplir Su ley, pronto testificarás de Su favor evidente sobre tu vida!!!

¡¡¡Te bendigo!!! Y le pido al Padre que encienda en tu corazón un deseo desesperado por cumplir Su propósito en tu vida.

¡¡¡No cedas más!!! Arrebata lo que te pertenece. Luchemos por provocar un encuentro sobrenatural con Dios que nos transforme para siempre. Sólo así, seremos de los que manifiesten Su Reino aquí en la tierra.