Hace exactamente cuatro años atrás, salí de Puerto Rico sola, sin mi esposo y sin mis hijos a intentar establecerme en Kissimmee, Florida. Estuve nueve meses sola, en la espera de un milagro. Honestamente, necesitábamos resolver muchos asuntos para que mi familia pudiera llegar hasta aquí.  Fueron nueve meses de procesos. Dios tenía algo maravilloso para nosotros, pero necesitábamos el proceso.

Les comparto algunas definiciones de la palabra proceso. Es un sustantivo masculino que se refiere de un modo general a la acción de «ir hacia adelante». Proviene del latín processus, que significa «avance, marcha, progreso, desarrollo».  Son las fases sucesivas de un fenómeno que ocurren «en el transcurso del tiempo, con un objetivo». Es un camino hacia el fin.  Cuando llegó a mí la «revelación» acerca de los procesos, yo quería estar en el proceso de Dios; todos a mi alrededor querían estar en el proceso de Dios.  Sucedía cualquier cosa y todos muy entusiasmados podíamos comprender que estábamos siendo procesados.  Todos (me refiero a muchos amigos que crecimos juntos dentro de la iglesia) deseábamos el proceso, porque eso era sinónimo de victoria, gloria, crecimiento, madurez, etc.  Hoy, muchos años después, escuchamos la palabra «procesos» y queremos salir corriendo; ya no nos emociona esa palabra.  «¿Cuántos procesos?  ¿Cuántas situaciones difíciles que enfrentar?  ¿Cuántas desilusiones?  ¿Cuántos corajes más?  ¿Otra vez mi carácter?  ¿Otra vez mi familia?  ¿Otra vez la enfermedad?  ¿Otra vez la situación económica?». Y vivimos muchas veces frustrados, sabiendo que estamos siendo constántemente procesados y no vemos victoria ni gloria.

Vemos los hombres y mujeres de Dios en la Palabra y sabemos que fueron procesados.  Leémos y podemos comprender que a través del proceso fueron transformados.  (Es importante que leas la Palabra de Dios, la Biblia.  Confiamos demasiado en los hombres y mujeres que nos enseñan, que nos discipulan y que nos predican.  Nos conformamos con recibir una información o una palabra poderosa y normalmente no tomamos el tiempo para corroborar lo que aprendimos.  En las prédicas y enseñanzas no hay tiempo para los detalles, no hay tiempo para las curiosidades, no hay tiempo para los «chismes» bíblicos. Cada ministro te hablará de lo que ellos pudieron recibir a través de la Palabra que te comparten.  Eso está bien; yo recibo la Palabra de hombres y mujeres de Dios.  Pero si tú piensas que Dios no te habla, es porque posiblemente necesitas dedicar más tiempo a la lectura de Su Palabra).  Ahora, si sabemos que a través del proceso seremos transformados, ¿por qué no podemos disfrutar del proceso?

No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta».  Romanos 12:2 RVR

Nuestra mente no coopera ante los procesos de Dios.  Vemos la gloria de otros, vemos los milagros que Dios hace en la vida de otros y comenzamos a cuestionarle a Dios acerca de todo lo que podemos ver y oír.  Dice la Palabra en Santiago 5:10:  «Hermanos, tomen como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor».  Si lees la historia de Moisés, verás que -humanamente hablando- para mí, le fue mal.  Ante todos sus temores, sus inseguridades, sus quejas, sus luchas y su pasado, te darás cuenta que a Dios no le importó ninguna de sus razones.  Dios lo escogió a él para cumplir Su propósito en aquel momento y no le tuvo pena ni lástima.  Muchas veces le reclamamos a Dios esperando que Él nos tenga lástima y haga algo por nosotros.  Te podrás deshidratar llorando y Dios lo que está esperando es que conozcas tu espada (Biblia) y la comiences a utilizar a tu favor.  Desde antes de tu existencia, Dios te escogió a ti para cumplir Su propósito en este tiempo.  ¿Qué estás esperando?

Constantemente luchamos por los pensamientos que vienen a nuestra mente, cuando claramente la Palabra nos exhorta a renovar nuestra mente.  ¿Cómo lo logro?  Mi mejor arma para luchar contra la mayoría de los pensamientos que vienen a mi mente, se encuentra en Filipenses 4:8:

Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad».

La Palabra nos enseña que no le demos lugar en nuestra mente a pensamientos que vayan en contra de lo que acabas de leer.  Conociendo la Palabra podremos renovar nuestro entendimiento para  que podamos comprobar cuál es la buena voluntad de Dios, que es agradable y perfecta.  No obstante, la mayoría de los procesos en nuestra vida no son agradables para nosotros.

Por muchos años me mortificaba cada vez que escuchaba lo que dice Romanos 8:28: «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados».  ¡¡¡Sí, claaaaro!!!  Que alguien entonces me explique el bien que pude haber obtenido al perder a mi primer bebé y que después del proceso del «raspe» (legrado uterino), salga del hospital y comparta el elevador con una pareja que tenía aspecto descuidado, sus pieles marcadas (como adictos que se inyectan), sus ropas sucias y rotas y verlos salir del hospital con su recién nacido en brazos.  En ese momento, ante lo que a mis ojos parecía incomprensible, pensé: «¿¿¿Será posible lo que mis ojos ven???  ¡¡¡Yo que soy tu hija, que tuve fe para creer que harías volver a la vida a esa criaturita y no lo hiciste!!! ¿¿¿Cómo es posible que a ese otro niño le des la vida??? ¿¿¿Tú no ves la miserable vida que le espera??? ¿¿¿Y mi bebé qué???  ¿¿¿Acaso no tengo suficiente fe???  ¿¿¿Cuánta fe necesito para verte obrar un milagro??? ¡¡¡Entonces la oración no sirve!!!  ¿¿¿Para qué orar??? ¡¡¡Si Dios hará lo que mejor le parezca!!!».

Muchas veces no vamos a comprender y no nos toca a nosotros el conocer.  Mi actitud ante esa situación, poco a poco me llevó a la miseria espiritual.  El pensar que a Dios no le interesaban mis asuntos provocó en mí el sentimiento y la necesidad de luchar por mi vida o de intentar sobrevivir a un mundo sin la ayuda de Dios, porque si cuando lo necesité para algo extraordinario estuvo ausente, asumí que en lo ordinario de mi vida iba a seguir estando ausente.  Sé lo que es la ansiedad, la amargura y el aborrecimiento, porque así viví muchos años.

No importa la historia, las circunstancias o la dificultad, yo te aconsejo que no le huyas a Dios y que no huyas de Sus procesos.  Se vale pelear con Dios en algunos momentos de nuestra vida.  ¡¡¡Él no se enoja por eso!!!  Él nos creó y sabe de lo que estamos hechos.  Él no ignora que somos humanos.  Él no ignora que nuestra mente es finita y no comprende lo que muchas veces Él nos permite vivir.  Tenemos que aprender a conocer a Dios como un Padre que nos ama.  Él no se deleita en vernos sufrir.  Él desea que aprendamos a confiar en Él, aún ante los golpes más fuertes que podamos recibir en nuestra vida.

En medio de mis peores momentos, he podido conocer a un Dios que perdona, a un Dios que restaura, que ama, que tiene cuidado de mí y que tiene planes maravillosos para mí.

El proceso no te va a matar a tí; va a matar en tí todo lo que impida que el propósito de Dios se cumpla en tu vida. Así que anímate a recoger la toalla que tiraste, porque largo camino te resta.  No mueras al sueño que Dios tiene para tí y declara como el salmista:

No moriré, sino que viviré, y contaré las obras de Jehová».  Salmos 118:17

¡¡¡Enfócate!!! Porque vas camino a conquistar lo mejor que Dios tiene para tí.

¡¡¡Bendiciones!!!